Y duele apenas llega, porque nos trae ansiedad, y deseos irrefrenables de encontrarnos, y nos duelen las mariposas en la panza, las horas que tardan en girar los relojes del encuentro. Duele en el regreso de la ausencia, duele en el recuerdo del ayer no consumado.
El amor duele, como duelen los sueños no cumplidos, o cuando enferma aquel a quien amamos, nos duele el sufrimiento de sus ojos, nos duele que decaiga su amatista. Duele que sus ojos se distraigan, duele la soledad de sus silencios. En el desasosiego de la distancia.
El amor duele hasta cuando nos une en un abrazo, y nos funde a dos en uno, es dolor el cúmulo ancestral del segundo infinito. Duele en el deleite de las horas íntimas compartidas y duele en aquellas que nunca compartimos.
También duele en la traición, en las disculpas, duele en los perdones, en el arrepentimiento, duele cuando hiere.
El amor duele al verlo decaer, al verlo envejecer. Duele cuando es imposible, cuando quieres gritarlo y no nos es permitido hacerlo. El amor duele cuando lo callamos, lo ocultamos. Duele cuando se va, cuando nos deja, cuando muere.
Ese dolor sólo significa que fuimos santificados y glorificados, significa que hemos sido dueños del momento más maravilloso, que el alma danzó entre tules de alegría, la risa inundó las esperas, los susurros iluminaron las retinas, que el aliento estremeció las pieles, y el sudor se coló por las rendijas del deseo.
Ese dolor sólo significa que hemos vivido a Puro Amor. A puro amor nos enamoramos, a puro amor nos divertimos, nos amamos, nos multiplicamos, nos proyectamos, porque sólo a puro amor hemos sido capaz de soportar tanto sufrimiento.
Norma Ana Pécora
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