La última bocanada de un ahogado.
La diplomática muerte del agua.
Nada del sol
que me tocó en la frente
ni del zorzal
profundo de monte.
Sí, el viento
que le dio caderas a la arena,
las islas
ancladas en la lluvia
y el vino
que canta su coraje
en las botellas.
Sí, la noche
que brilla
con los espejos
de un faro desmantelado.
El esquemático invierno.
Este silencio
donde ninguna rama
a crujir se atreve,
este silencio
donde soy
un trapecista sin redes
en la vigencia del salto,
exclamación de pirueta errada,
el miedo de un niño, llorando
en la noche.
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