El verdor de tu espesa cabellera
a merced de los vientos, agitada,
sólo besa la tierra ribereña,
y apenas, suavemente se despeña
sobre el agua que brilla aquilatada
una tarde febril de primavera.
No llores, sauce.
Dejá brotar tu vanidad primera;
aquella, entre tus verdes extraviada
y que la historia transformó en reseña.
Si el vigor de la savia, se te adueña,
serás de la postal...una cascada
de esmeralda y rocío, en la ribera.
Isabel Elena Pappalardo
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