Se amaban con la clara intuición de las brújulas,
con la firmeza honda de las áncoras,
con la serenidad del sotavento,
y ante el mar proclamaron
su inextinguible amor.
Un día, navegando junto a los arrecifes
de las islas sin nombre, disfrazada
de torva tempestad
les llegó la llamada del Destino:
fue muy rápido el tránsito,
abrazados
sucumbieron sus cuerpos
y con su vivo abrazo permanecen
entre los mudos restos del naufragio
allá, en lo profundo…
Cuando el mar se adormece
con la queda cantiga de la luz,
y las aguas se amansan o se olvidan,
y pairan los veleros, y las aves
dibujan el espacio con sus vuelos lentísimos,
y el mundo es un milagro de inmóvil esplendor,
pueden verse, yacentes,
sobre un lecho de algas y sargazos
sus leves osamentas.
Todavía
hay huellas de caricias
en el yerto marfil de sus falanges,
y minúsculos peces de mercurio
dan brillo y movimiento a sus cuencas vacías,
y el coral ruboriza sus mejillas.
y en lo que fueron labios se averigua
ardiente y duradero
el beso del adiós definitivo
con su intacto fulgor…
A veces las corrientes que llegan de lejanos
designios submarinos
mecen con suavidad
la traslúcida calma de sus cuerpos
y simulan las ondas un instante de vida,
una mínima danza feliz y funeral.
Pero pronto regresa la quietud
y un pausado desfile de hipocampos
acompaña su paz,
su larga dormición…
Y en amorosa entrega allí perviven
vencidos por la muerte
pero jamás vencidos por el tiempo,
eternamente póstumos,
eternamente fieles,
amantes para siempre
en la hondura del mar.
Antonio Porpetta Del libro "Adagio mediterráneo", Premio José Hierro. Universidad Popular San Sebastián de los Reyes (Madrid), 1997
http://www.porpettablog.com/
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