El deber de callar tragando
impone un callar creciente,
un aplastamiento para hacerse hombre
y sentirse solo, asustado
tragando un silencio de tierra
de asfixia, de tumba hormiguera;
impone un callar de cortina,
de axioma de cruz de tristeza.
Parece indisciplina contra Dios
la justa rebeldía;
entonces, el mandato es no decir
y vestir de señor a otro hombre
para que recite y exija que uno mejore,
que aprenda sin preguntar, con fe
y, cuando ambos logren aplastar al instinto,
uno pierda el gusto por crecer y convivir.
Un disfraz de respeto
para callar como secuela
ante un instructor mediocre
quien desconoce que, el nudo
y la raíz común de cada autor
no es deletrear lo que ha hecho,
sino estimular el saber de los sentidos
a conciencia, en un proyecto para crear
una respuesta casera al infinito.
Laura Ororbia (Diciembre 2010)
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