Porque en algún punto coincidimos...

martes, 16 de agosto de 2011

CAMINO A CASA

El paisaje es mucho más veloz que mis pasos,
apenas puedo retener las sensaciones que producen.
En corta travesía desde los ojos
al centro de mi corazón las olvido.
En las tardes y por los raíles
con que el sol se afianza al pavimento
los pájaros descienden solo para mostrar la rigidez
con que la muerte se apodera de sus diminutos cuerpos.
Escucho el áspero sonido de su agonía, el desamparo
de sus patas adormecidas
que no encuentran superficie a la que aferrarse.
Caen lentamente, sin fuerzas para flotar
sobre el pequeño espacio de sombra
que proyecto a mi paso.
No hago otra cosa que intentar avanzar
entre personas que desconozco y me saludan afables
como si contaran con mis sensaciones
para comprender los disímiles paisajes
que se muestran camino a casa.
De espaldas al Palacio de Justicia
altísimas columnas de grisáceo mármol
o polvo de hueso humano,
que muestran sus grietas como viseras,
no podrán seguir sosteniendo la estatua
de José Miguel Gómez.
Bajo este vigoroso sol su hierática pose parece tan falsa
como la mirada que esculpieron
en el hondo vacío de sus ojos.
Hay un árbol, en alguna de esas escasas imágenes
que conservo,
cuyas hojas secas persisten en permanecer
delante de la luz tal y como si fuesen la contención
entre el paisaje y ese otro paisaje
que distorsiona el horizonte.
Todos sabemos qué ha de ocurrir
cuando el áurea de luz,
cruzando como ejército victorioso,
se apodere de la fragilidad de las hojas
destinadas a caer y conservar las huellas de aves
que escogieron la sombra del árbol para morir.

Arístides Vega Chapú

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